PERSONAS FAMOSAS Y SUS MASCOTAS

LORD BYRON


Este poeta escocés, autor del inacabado Don Juan, fue un apasionado de los placeres de la vida. 

Se dice de él que perdió la virginidad con diez años y que amó a cientos de mujeres y a varios hombres, tanto que le acusaron de sodomita, pero nunca quiso a ningún humano con la fuerza que le unió a su perro terranova Boatswain.


Cuenta la leyenda que un día viajaba en barco cuando Boatswain cayó al agua. Byron intentó en varias ocasiones que el capitán detuviese el navío y rescatara a su mascota, pero este se negó porque un animal no constituía motivo suficiente para detener la travesía. Lord Byron no dudó un instante ante la negativa y se lanzó al agua, de la que ambos fueron rescatados con vida.
Lo que sí se sabe con certeza es que, tiempo después, cuando Boatswain enfermó de rabia, Byron detuvo su vida para cuidarlo hasta el último latido de su corazón, y una vez muerto, mandó construir un mausoleo para el animal con una placa en la que se podía leer un poema que comenzaba así: "Aquí reposan los restos de una criatura que fue bella sin vanidad, fuerte sin insolencia, valiente sin ferocidad, y tuvo todas las virtudes del hombre y ninguno de sus defectos".



En honor a todos aquellos que en silencio mueren diariamente, a quienes perdieron un hermoso animal en algún momento de su vida y entendemos el dolor que genera su ausencia. 
Creando una cultura de protección, amor y respeto animal.


UN PERRO HA MUERTO

Mi perro ha muerto.

Lo enterré en el jardín
junto a una vieja máquina oxidada.

Allí, no más abajo,
ni más arriba,
se juntará conmigo alguna vez.
Ahora él ya se fue con su pelaje,
su mala educación, su nariz iría.
Y yo, materialista que no cree
en el celeste cielo prometido
para ningún humano,
para este perro o para todo perro
creo en el cielo, sí, creo en un cielo
donde yo no entraré, pero él me espera
ondulando su cola de abanico
para que yo al llegar tenga amistades.

Ay no diré la tristeza en la tierra
de no tenerlo más por compañero,
que para mí jamás fue un servidor.

Tuvo hacia mí la amistad de un erizo
que conservaba su soberanía,
la amistad de una estrella independiente
sin más intimidad que la precisa,
sin exageraciones:
no se trepaba sobre mi vestuario
llenándome de pelos o de sarna,
no se frotaba contra mi rodilla
como otros perros obsesos sexuales.
No, mi perro me miraba
dándome la atención que necesito,
la atención necesaria
para hacer comprender a un vanidoso
que siendo perro él,
con esos ojos, más puros que los míos,
perdía el tiempo, pero me miraba
con la mirada que me reservó
toda su dulce, su peluda vida,
su silenciosa vida,
cerca de mí, sin molestarme nunca,
y sin pedirme nada.

Ay cuántas veces quise tener cola
andando junto a él por las orillas
del mar, en el invierno de Isla Negra,
en la gran soledad: arriba el aire
traspasado de pájaros glaciales,
y mi perro brincando, hirsuto, lleno
de voltaje marino en movimiento:
mi perro vagabundo y olfatorio
enarbolando su cola dorada
frente a frente al Océano y su espuma.

Alegre, alegre, alegre
como los perros saben ser felices,
sin nada más, con el absolutismo
de la naturaleza descarada.

No hay adiós a mi perro que se ha muerto.
Y no hay ni hubo mentira entre nosotros.

Ya se fue y lo enterré, y eso era todo.



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